Sweetheart
of the rodeo
The Byrds
Country-rock,
1968
The Byrds siempre ha sido un grupo ciertamente innovador y
sin miedo a probar nuevos estilos y sonidos. Nacidos en plena efervescencia de
la ‘invasión británica’ de The Beatles y demás contemporáneos, la banda
capitaneada en un principio por Roger McGuinn, Gene Clark y David Crosby,
decidió tomar de aquellas sonoridades pop lo que podía serles de utilidad
dentro de un estilo folk-rock. Pronto se animaron a aprovechar las
potencialidades de las voces de Crosby y Chris Hillman y de la personal
guitarra Rickenbaker de 12 cuerdas para abordar aventuras hippies y psicodélicas,
para adentrarse posteriormente, y antes del esplendor del rock sureño y el
country-rock californiano, en la revitalización del country.
El objetivo de McGuinn en aquel 1968 era lanzar un disco
doble en el que la banda repasara los principales estilos folklóricos y tradicionales
que habían ido dando forma a la música norteamericana, desde el folk y el blues
más profundo hasta el refinado jazz o el rock’n roll. Para ello, y ante la
marcha de varios de los integrantes de la formación original, McGuinn y Hillman
se vieron obligados a fichar un nuevo batería, Kevin Kelley, y a alguien que
compartiera tareas de acompañamiento a la guitarra y/o el piano. De esta forma
apareció Gram Parsons y todo cambió.
De este modo, “Sweetheart of the rodeo” se convirtió en el
advenimiento de lo que, apenas un año después y, sobre todo, en los primeros
años de los 70, se convirtió en un importante movimiento, sobre todo en la
soleada California, el country-rock, una actualización del estilo tradicional
por parte de artistas más jóvenes, que se debatían entre un respeto escrupuloso
a las estructuras y sonoridades clásicas y su pulsión por acercar estas viejas
canciones al público más joven, tomando para ello elementos del folk, el rock,
el soul y el blues, entre otros. Y es que, a pesar de la innata madera de líder
de McGuinn, Parsons, que entró en la banda con un sueldo fijo como un músico
contratado para ayudar en el estudio y en los conciertos, consiguió convencer a
Hillman y, con más reticencias, al habitual frontman para cambiar el concepto
del álbum de un repaso a la música norteamericana a un homenaje a uno de sus
estilos más reconocibles, el country, sembrando además la semilla de lo que,
apenas unos meses después, serían The Flying Burrito Brothers. El joven futuro ídolo
de la “Cosmic American Music”, como él la denominó, se implicó mucho a nivel
artístico, lo que condujo a varias discusiones y desavenencias con McGuinn y
dio con sus huesos fuera de The Byrds antes incluso de que se lanzara el disco.
Los problemas legales con otra discográfica por el uso de la voz de Parsons,
con la que firmó un contrato con su anterior proyecto, Internacional Submarine
Band, hicieron el resto para que se pudieran ‘borrar’ algunos de los rastros más
visibles de su participación, siendo regrabadas tres de estas canciones por el
propio McGuinn (en la reedición Legacy de 2003, compuesta por dos discos y
multitud de canciones descartadas, se recuperan las pistas originales con la
voz de Parsons). Su impronta, sin embargo, sería imborrable.
Este disco supone un cierto alejamiento al sonido habitual
de la banda, con una concepción más acústica y apegada al estilo tradicional, y
desprendiéndose incluso de una de sus señas de identidad, el afilado sonido de
su Rickenbaker. Sin embargo, y para no romper del todo con el pasado, el álbum
incluye dos versiones de Bob Dylan, también de inspiración folk y country en
sus originales, “You ain’t goin’ nowhere”, primer ‘single’ del disco, y “Nothing
was delivered”, que explota las posibilidades vocales y la experiencia hippie
del grupo. Además, arrebantando totalmente el mando a McGuinn, “Sweetheart of
the rodeo” incluye dos temas originales de Gram Parsons: la delicada y
emocionante balanda “Hickory wind” y “One hundred years from now”, que resume
bien las influencias que servirán de guía al futuro country-rock, además de “Lazy
days”, que no se llegará a incluir en el álbum original, sí en las reediciones
posteiores, y será recuperada por The Flying Burrito Brothers dos años más tarde.
El resto del álbum son versiones de canciones tradicionales,
grandes clásicos del country y guiños a artistas contemporáneos. Destaca el
estilo bluegrass de “I am a pilgrim” y “Pretty boy Floyd”, del respetado Woody
Guthrie; la estética country waltz de “The christian life” y “Blue canadian
rockies”; el alegre honky-tonk de “You’re still on my mind”, y el tratamiento hippie
que se da al tradicional “You don’t miss the water” gracias al uso de las
voces.
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